Entre el símbolo histórico y la crisis hídrica contemporánea en la Zona Metropolitana de Querétaro
Autores:
- Joyce Valdovinos, SECIHTI – CentroGeo
- Claudia Romero, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO)
Resumen
Este artículo de divulgación sintetiza resultados del estudio realizado en el Observatorio Metropolitano CentroGeo y publicado en la revista Agua y Territorio (Valdovinos & Romero, 2025). Se analiza cómo los acueductos de Querétaro —concebidos como patrimonio cultural e histórico— han contribuido a consolidar modelos de gestión hídrica insostenibles. Desde el acueducto colonial del siglo XVIII hasta el Acueducto II (2010), se explica cómo la narrativa patrimonial normaliza la escasez de agua, invisibiliza impactos socioambientales y profundiza la dependencia de trasvases externos en la Zona Metropolitana de Querétaro (ZMQ). En el artículo original publicado en Agua y Territorio (doi:10.17561/at.25.8025) se presentan los fundamentos históricos y empíricos que aquí se exponen en lenguaje accesible.
Introducción
Querétaro, en el centro de México, se ubica entre las entidades con mayor nivel de escasez de agua. Más de dos tercios de su población reside en la Zona Metropolitana de Querétaro (ZMQ), donde el crecimiento demográfico y territorial acelerado entre 1990 y 2015 duplicó la población y triplicó la mancha urbana. Este patrón urbano ha presionado a los acuíferos y a los sistemas superficiales, deteriorando su calidad y su capacidad de recarga.
En ese contexto, dos grandes acueductos han marcado la historia hídrica y simbólica de la ciudad. El acueducto colonial (1726-1738) fue incorporado al patrimonio mundial de la UNESCO, mientras que el Acueducto II (2010) se presentó como obra “moderna” llamada a garantizar el abasto por décadas. Sin embargo, ambos proyectos comparten una lógica: trasladar agua desde fuentes externas para sostener una urbanización ad infinitum, sin atender las causas estructurales del desabasto.
Este artículo está basado en un estudio realizado dentro del Observatorio Metropolitano CentroGeo, con colaboración de investigadoras adscritas a SECIHTI-CentroGeo y FLACSO. En nuestro estudio, y en el artículo original publicado en Agua y Territorio (enlace al artículo científico), argumentamos que la instrumentalización del patrimonio cultural del agua ha legitimado decisiones de política pública que normalizan la escasez y postergan alternativas de gestión integral de cuencas hidrográficas.
El paradigma técnico‑ingenieril y las ciudades‑cuenca
Durante el siglo XX, la gestión del agua en México gravitó hacia un enfoque técnico‑ingenieril centralizado en el Estado, que privilegió las grandes obras de trasvase y almacenamiento. En ese esquema, la gobernanza del agua se asumió como un asunto técnico‑administrativo, con baja deliberación pública y escasa consideración de los efectos socioambientales en los territorios de origen y destino.
El trasvase se convirtió en la herramienta predilecta para resolver el desabasto de ciudades en expansión. Así emergió la noción de “ciudad‑cuenca”: urbes que agotan y contaminan el agua disponible en su espacio inmediato, recurren a fuentes externas y expulsan aguas residuales aguas abajo. Querétaro encaja en este patrón, siguiendo la estela de metrópolis como la Ciudad de México, pero a escala regional.
El problema de fondo es que el trasvase atiende síntomas —la falta coyuntural de oferta— pero no las causas: sobreexplotación de acuíferos, expansión urbana dispersa, inequidad territorial y rezagos en mantenimiento de redes y plantas. En nuestro estudio mostramos que, sin una transición hacia la gestión integral de cuencas y la participación social efectiva, nuevas conducciones reproducen los desequilibrios que dicen resolver.
El Acueducto I: entre mito y patrimonio
Construido con 74 arcos de cantera y 1.280 metros de longitud, el Acueducto I trasladó agua desde los manantiales del Capulín hasta fuentes públicas. Si bien mejoró el abasto durante dos siglos, también legitimó la división del río Querétaro entre agua “limpia” conducida artificialmente y agua “sucia” usada como vertedero. Esa solución técnica normalizó prácticas contaminantes que perduraron en el tiempo.
La historia oficial romantizó su origen —el gesto del marqués hacia una monja—, ocultando conflictos con comunidades río arriba y las implicaciones ecológicas de desviar el caudal. Al fijar la mirada en la proeza arquitectónica, el relato patrimonial invisibilizó el patrimonio natural del propio río y la necesidad de su cuidado como soporte de la vida urbana.
Hoy el acueducto es símbolo de identidad queretana y patrimonio mundial. En nuestro artículo original problematizamos esa narrativa: reivindicar su valor histórico no puede desligarse de una lectura crítica de sus efectos socioambientales ni de la situación actual del río Querétaro. El patrimonio del agua no es solo infraestructura monumental: es también cultura, memoria, ecosistemas y flujos vivos.
El Acueducto II: modernidad y conflicto
Inaugurado en 2010, el Acueducto II es una conducción de 123 km que trae agua desde el río Moctezuma (Hidalgo) hacia la ZMQ. Su implementación bajo un esquema de asociación público‑privada y la participación de empresas trasnacionales abrieron debates sobre costos, transparencia y captura de decisiones.
Más allá del discurso de “modernidad y eficiencia”, la operación no redujo el estrés hídrico: se mantuvo la perforación de pozos y el abatimiento del acuífero local, mientras crecían los reportes de desabasto. Paralelamente, comunidades en la zona de extracción denunciaron afectaciones por agotamiento de manantiales, pasivos ambientales y compromisos incumplidos.
En nuestro estudio enfatizamos que proyectar nuevos trasvases —como el propuesto Acueducto III— sin resolver la gobernanza metropolitana del agua, el control del crecimiento urbano y la restauración de ríos y zonas de recarga, corre el riesgo de acentuar las mismas dinámicas que originaron la crisis.
Patrimonio cultural o escasez provocada
El análisis histórico‑crítico muestra que los acueductos han sido instrumentalizados como “patrimonio cultural del agua” para legitimar decisiones de ampliación de oferta. Esa narrativa heroica —en el pasado colonial y en el presente tecnológico— ha desdibujado los costos sociales y ambientales, y ha reforzado la idea de que la escasez es “natural” y solo puede resolverse con más obra dura.
Desde la perspectiva del Observatorio Metropolitano, el patrimonio debe incluir el valor intrínseco del agua y de los ecosistemas urbanos y periurbanos. Reconocer al agua como patrimonio vivo desplaza el énfasis de la infraestructura monumental hacia la integridad de cuencas, la calidad del líquido y la justicia en su distribución.
Hablamos de justicia ambiental e hídrica cuando las políticas abordan causas estructurales: usos del suelo, regulación efectiva, mantenimiento y transparencia, participación ciudadana y protección de áreas de recarga. Sin ello, la “escasez provocada” se normaliza y se reproduce.
Implicaciones para el análisis metropolitano y políticas urbanas
La ZMQ es un laboratorio de los dilemas hídricos de las metrópolis mexicanas: crecimiento acelerado, urbanización dispersa y alta demanda industrial y doméstica. Para el análisis metropolitano, los acueductos no son solo obra pública: son artefactos de configuración territorial que reordenan flujos, jerarquías y desigualdades entre municipios y entre cuencas de origen y destino.
En política urbana, la narrativa patrimonial debe reorientarse. Exaltar la infraestructura como símbolo —colonial o “moderno”— sin evaluar sus externalidades contribuye a decisiones miope de oferta. Proponemos situar el patrimonio del agua en el centro de la planeación: ríos urbanos, humedales, suelos de conservación y zonas de recarga como activos estratégicos al mismo nivel que las redes y plantas.
En lugar de nuevos trasvases como primera respuesta, la agenda metropolitana necesita tres frentes: (1) contención del crecimiento urbano disperso y mayores densidades bien servidas; (2) restauración ecológica e inversión en infraestructura verde (parques inundables, humedales construidos, corredores ribereños) para recarga y control de escorrentía; y (3) gobernanza hídrica intermunicipal con participación vinculante de comunidades afectadas aguas arriba y aguas abajo. Estas líneas permiten transitar desde la gestión de la carencia hacia la construcción de resiliencia y equidad.
Conclusiones
La historia de los acueductos de Querétaro muestra los límites del trasvase como estrategia dominante en contextos metropolitanos. Si bien puede aliviar coyunturalmente la falta de agua, suele posponer decisiones estructurales sobre el uso del suelo, la restauración ambiental y la eficiencia en redes, y tiende a consolidar patrones de consumo intensivos.
Releer el patrimonio del agua implica pasar de la veneración de la obra monumental a la protección del agua como bien común y del río como eje de la ciudad. En nuestro estudio sostenemos que la sostenibilidad hídrica requiere colocar la integridad de cuencas y la justicia interterritorial como criterios rectores, por encima de soluciones que privilegian beneficios de corto plazo.
Para otras zonas metropolitanas mexicanas con problemáticas similares, las lecciones son claras: el trasvase debe ser la última opción. Las primeras deben ser la eficiencia, la reducción de pérdidas, la rehabilitación de infraestructura, la restauración de ríos y suelos de recarga, y una gobernanza transparente y participativa que reconozca al agua como patrimonio vivo.
Referencia bibliográfica
Valdovinos, J., & Romero, C. (2025). Los acueductos de Querétaro, México: patrimonio cultural del agua que normaliza la escasez provocada. Agua y Territorio, 25, 267-281. Universidad de Jaén. https://doi.org/10.17561/at.25.8025